EL PRD Y EL PACTO POR MÉXICO: El debate entre la disciplina partidaria y la estrategia de la ruptura.

lectura de 9 minutos

 

Alfredo Castañeda Vázquez

Analista político

 

            México vive hoy un escenario nuevo, diferente e inimaginable según la tradición política contemporánea de nuestra naciente democracia. La costumbre en este país indicaba que los partidos políticos con marcos ideológicos opuestos se deben de repeler; son extremos de un espectro político que debería jugar bajo la lógica de nuestro precario stablishment: El partido en el poder aplaude todo y los de afuera se oponen a todo.

 

La búsqueda y construcción de acuerdos sigue siendo para algunos un pecado imperdonable en el quehacer político que debiera de ser castigado de manera ejemplar. Hay –para desgracia de México- quienes aún tienen como única estrategia de avance el hacer que al contrario le vaya mal; aunque ello implique que al país le vaya mal y se retrase el brinco hacia una mejor condición social de vida de una mayoría expectante.

 

Desde los inicios mismos del Pacto por México, el PRD sostuvo un enconado debate interno para decidir si se aceptaba o no ser parte de esta mesa de compromisos. Las posiciones eran simplemente extremas, sin matices ni puntos medios: Un grupo moderado y dialoguista a favor del SÍ y un grupo extremista y radical a favor del NO. En una cerrada votación interna el Partido de la Revolución Democrática autorizó a su dirigencia a ser parte del Pacto por México. A pesar de esto, las tribus radicales del partido le siguieron apostando al fracaso de este espacio de diálogo.

 

El Pacto por México ha demostrado en estos meses de funcionamiento que sí es posible encontrar mecanismos de intercambio de ideas y que de ellas se desprendan los acuerdos para el diseño de nuevas reglas que le den un cambio al andamiaje institucional para adecuarse a la nueva realidad plural y heterogénea de nuestro país. El gobierno federal y su partido, el PAN y el PRD defienden sus posiciones, pero se acercan para encontrar los puntos de consenso necesarios para seguirle dando vida.

En el PRD las cosas no han resultado fáciles. La escasa y prácticamente inexistente disciplina partidaria lo lleva a ser un partido lleno de generales sin mando. Todos son dueños de la razón absoluta y nadie repara en defender su posición; aunque esto sea en detrimento de la institución. No es raro ver que en las votaciones tanto en la Cámara de Senadores como la de Diputados, los respectivos grupos parlamentarios no actúen como un colegiado partidario, si no en una confederación de tribus encontradas a muerte, pero obligadas a convivir bajo las siglas de una coincidencia histórica y aparentemente ideológica. Lo raro, en realidad es ver unanimidades en algún tema relevante o trivial.

 

La descalificación simple y en automático no es un argumento válido bajo ninguna circunstancia de la práctica política. Quienes se han opuesto al Pacto desde su inicio se equivocan al leer la coyuntura histórica del país y apuran a la ruptura para volver a adoptar las posiciones de una oposición irresponsable que se opone a todo por sistema. Le apuestan al fracaso del gobierno cómo fórmula para ganar una base social que le permita a la izquierda conquistar la tan negada Presidencia de la República. Bajo el argumento endeble de que el PRD le hace el juego al PRI, se les olvida que el electorado se enamora de una propuesta que no ponga en riesgo lo ganado. Añoran aquellos tiempos de la presidencia legítima, de la toma de reforma, de las votaciones en contra anunciadas de antemano y se les olvida que el ciudadano elector ya castigó estas acciones con el rechazo en las urnas.

 

Se equivocan también los impulsores de la ruptura –Marcelo Ebrard, Alejandro Encinas y René Bejarano- en argumentar a partir de los resultados de las recientes elecciones realizadas el 14 estados de la república, culpando a la dirigencia nacional y al Pacto por México de la supuesta caída del PRD. Ignoran –o con todo propósito fingen ignorar- que las dinámicas de los procesos locales y el presidencial siempre demuestran comportamientos distintos en las urnas. Los números fríos señalan que en las elecciones locales inmediatas a 2006 y 2012 el PRD ha pasado de segunda fuerza a ocupar el tercer lugar en número de votos obtenidos. Se equivocan al ignorar que las anteriores fueron las primeras elecciones con Andrés Manuel López Obrador oficialmente fuera del PRD. Sin duda alguna una pérdida importante, pero no mortal. Casualmente, a todos ellos cercanos a  López Obrador, se les olvida que en el segundo debate presidencial AMLO insistía en que de ganar la presidencia llamaría a todas las fuerzas políticas a un gran pacto para sacar adelante las reformas que el país necesita. ¿Se vale el doble discurso? ¿Se vale adoptar la posición de que algo es sólo válido si yo soy el centro o el protagonista?

 

Se equivocan también al atraer hacia los trabajos del Pacto el tema electoral. Romper esa dinámica electorera es uno de los grandes retos de la política nacional. ¿Valdrá la pena salirse de la discusión de importantes reformas para el país porque no fuimos capaces de ganar una elección? ¿Valdrá la pena retrasar la reforma hacendaria o la energética por un capricho de tribus? ¿Merece México una izquierda extremadamente constestataria y cachavotos? Yo creo que no.

 

El Pacto por México es desde mi óptica –y guardando las proporciones- nuestro Pacto de la Moncloa. El espacio inédito en donde las fuerzas políticas debaten, acuerdan y proponen las transformaciones necesarias para ocupar un nuevo espacio en la realidad internacional. Abandonar esta participación implica, desde donde se vea, un retroceso a la política en desuso. Regresar a las épocas de la izquierda banquetera que prefiere estar fuera de los acuerdos y avances, a cambio de mantener la dignidad derrotista. En política también hay que aprender a ganar y al PRD le falta construir identidad triunfadora y saber hacer suyas las victorias conseguidas en colectivo.

 

Larga vida para el Pacto por México… Por México!!!

Recientes