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Layín… y los amores perros

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“Para conocer a una persona

hace falta haberla tratado y observado atentamente,

pues de lo contrario se expone uno

a cometer errores de apreciación

que luego es muy difícil rectificar”.

Fedor Dostoievski

Crimen y Castigo

Por Alfredo Castañeda Vázquez

Hace algunos años, en la ciudad de Montevideo tuve la oportunidad de platicar ampliamente con el Dr. Carlos Gaviria, en ese entonces candidato a la Presidencia de Colombia por una amplia coalición de izquierda. Abogado de profesión, con un seductor perfil intelectual para quienes admiramos la inteligencia en la política y una adictiva conversación sobre los temas de la agenda latinoamericana, cargada de referencias literarias y analógicas.

Colombia, al igual que México, son los únicos países de América Latina que no han tenido nunca un gobierno de izquierda en sus nacientes democracias. Por el contrario, su clase política –de ambos países- se sigue manejando al borde de la tenue línea de lo frívolo y banal.

Con respecto al espectáculo de la vida política nacional, decía Carlos Gaviria en una parte de la charla –palabras más, palabras menos-,  que la opinión pública, o un sector de ella, tenía frente al gobierno actual una relación de fe, capaz de contrariar las evidencias más aplastantes, lo cual le recordaba un pasaje del libro “Sobre el Amor” de Stendhal.

Un personaje de la obra referida encuentra a su amada en su propia cama en brazos de otro hombre. Él se lo reprocha con vehemencia: Me engañas! Dice, pero ella lo niega. Me estás engañando!, repite eufórico… Ella lo vuelve a negar. Cuando él insiste: No puedes negar los que mis ojos están viendo, ella le dice: «Qué poco me amas que le crees más a tus ojos que a mis palabras».

En nuestro propio espectáculo local, no han faltado los engaños negados por sistema: Sombreros que no son sombreros, obras ajenas adjudicadas como propias, ferias “gratuitas” con cargo al gasto público, dinero que no aparece, deudas escondidas, sanciones en lo “oscurito” por intervenir en el proceso electoral, revanchas políticas y un sin fin de actos de desamor que sólo son sostenidos desde la fe irracional a lo inexistente, la auto simulación y la complicidad presupuestal de los medios de comunicación.

A Nayarit ya no le hacía falta nada ni nadie para exagerar la obra de lo absurdo en la que se encuentra sumida su paupérrima clase política dominante. Parecía un mero asunto de tiempo; de dejar pasar tres años más para que el esperanzado relevo gubernamental diera paso a un gobierno sobrio que dejara atrás las conductas frívolas y se encaminara a un ejercicio responsable del poder.

Pero apareció en escena un personaje único e irrepetible en nuestra historia moderna. No es que se tratara de un político nuevo, si no más bien de una nueva edición de un personaje ya conocido por su amorfa ideología, que al contrario de una nueva edición de un libro que suele presentarse corregida y mejorada, en el caso de este personaje, se presenta como una peor edición: desparpajada, descarada, confesamente corrupta, grotesca, torpe, insultante y cavernícolamente desmejorada.

Se trata de Hilario Ramírez, el por segunda vez alcalde de San Blas, mejor conocido como “Layín”, quien ha saltado a la pista del circo de la política local de manera abrupta y descontrolada. Cuando pensé que Roberto Sandoval era lo peor que Nayarit podría soportar en la más alta esfera del poder público, Layín anuncia sus aspiraciones para ser gobernador de nuestro estado. A él se le suma otro despolítico –permítanme la expresión- cuyo único mérito es tener dinero en abundancia y un padre que probó la fórmula del exquisito triunfo electoral.

Layín es auténticamente el despropósito de las candidaturas independientes. Es la antítesis del político que la sociedad necesita. Cualquier interpretación en sentido contrario tratando de justificar las conductas ilegales, corruptas y sin principios del alcalde, sólo intentan esconder la pobreza filosófica de un colectivo social que pendula entre la indignación por su clase política y el elogio al descaro de lo que aparentemente le indigna.

Afirmar que la confesión de que sí robó, pero poquito, es un rasgo de honestidad que se debe de aplaudir y que eso lo hace diferente a los demás, no es más que una torcida interpretación de la realidad que ya no distingue entre lo bueno y lo malo. La comisión de un delito no depende del grado o intensidad con el que se comente. No se puede robar nomás poquito, no se puede humillar a una mujer nomás poquito, no se puede violar a un menor nomás poquito, no se puede tener ligas con la delincuencia nomás poquito, no se puede ser infiel nomás poquito. Tampoco vale decir que los delitos y conductas ilegales dejan de serlo cuando se confiesan.

Se trata de poner cada acto en su contexto y en su justa dimensión. Lo bueno es bueno aunque te perjudique y lo malo es malo aunque te beneficie.

En la línea del libro que comentaba Gaviria, sería como si, cansado de los engaños de su mujer, el personaje en cuestión se casara con un prostituta confesa y él lo considerara como un signo de fidelidad; al fin y al cabo no podría reprochar nunca el haber sido engañado, puesto que ella lo aclaró desde un principio y él la eligió bajo si propia conciencia.

La verdad es que me aterra la idea de que un sector de la sociedad se sienta enamorada de personajes como Layín bajo el argumento del desencanto a los partidos políticos. Me resisto a creer que en la cabeza de las mayorías pueda florecer la idea de que él pudiera ser gobernador de Nayarit. Intentar ver la caricatura de alcalde como un moderno Robin Hood me resulta tan ridículo como pensar en Judíos adorando a Hitler, sólo por confesar que:  ¡sí mató, pero nomás poquitos!

Sigo pensando firmemente que lo que este país y este estado requieren son políticos de verdad y no improvisados disfrazados de ciudadanía. Políticos serios, cargados de formación ideológica, preparados, inteligentes, honestos y comprometidos con un cambio estructural y sostenido de nuestra sociedad. Pero también se requiere de una ciudadanía bien informada, preparada e igualmente inteligente.

Una clase política frívola y una sociedad trivial sólo pueden conducir a la elección de gobernantes de papel que seguirán caminando por la ruta del engaño.

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